LA PARADOJA DEL DOLOR
“Entonces Job se levantó, y rasgó su
manto, y rasuró su cabeza, y se postró entierra y adoró”.
(Job 1:20)
EN UN INSTANTE TODO SE
PIERDE
Todo pasó en un instante; una ‘indigestión’ de malas noticias.
Primero se pierde las posesiones quizá de toda una vida de arduo y diligente
trabajo, y luego, lo más valioso: la vida no de uno, sino diez hijos. Llego
a esta conclusión por la actitud de Job preocupándose aún por sus vidas
espirituales al ofrecer sacrificios por cada uno por si alguna falta hubiesen
cometido.
MAL JAMÁS ESCLARECIDO
Sin duda, el sufrimiento sería justificado de darse por sentado
una ley de “Karma”, una de causa y efecto. Sin embargo, esto debiera jugar a
favor de Job, no en su contra. Recordemos que Job era un “Hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”.
¿Cómo se justifica Dios ante el desastre de Job? Ni Job tuvo la
necesidad de saberlo (aunque nosotros ahora sí). Tampoco le atribuye despropósito
alguno, es decir, ni por un instante le invade el pensamiento que el
procedimiento de Dios fuese sin razón, sin propósito o sin sentido[1]. La
reacción de Job al adorar a Dios frente a semejante dolor pareciese una especie
de ‘masoquismo’, una complacencia en sentirse maltratado o humillado[2].
ESTRATEGIA FRUSTRADA
Rasgar el manto y rasurar su cabeza, era señal de un profundo, agobiante
dolor y desconsuelo, y en medio de esta situación de gran pesar se atreve a proclamar
“Jehová dio y Jehová quitó; sea su nombre
bendito”. (Trato de imaginar la cara de Satanás al ver su estrategia de blasfemia
frustrada por un hombre ahora débil pero de fuerte convicción). Pablo
reafirma esta verdad, “¿Qué tenemos que no
hayamos recibido?” (1 Corintios 4:7).
OPUESTOS NECESARIOS
En 2 Corintios 12:10 encontramos una paradoja que viene al caso: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
Job y nosotros mostramos debilidad al ser vulnerables al dolor, pero, del mismo
modo, mostramos fortaleza al mantener firme nuestra convicción del propósito de
Dios. La debilidad y la fortaleza son dos opuestos necesarios. Sin la
debilidad, se invalida la fortaleza, sencillamente no existe. La
máxima fortaleza se demuestra en la máxima debilidad.
Dios, en su voluntad permisiva, se valió de Satanás para perfeccionar
a Job, el hombre perfecto (1:1). Con semejante verdad, ¿Seguimos creyendo
haberlo ya alcanzado? (Filipenses 3:13).
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